Inger Hallberg

Inger Hallberg

Memorias PARTE III

Octubre de 2021

Con tres años mi padre me subió a caballo por primera vez y la sensación me cautivó. Quería más.

Empecé tres veces en semana. Aprendí a trotar. Dos años más tarde ya podía usar los estribos y saltar los cavalettis (una barra de obstáculos en el suelo o sobre unas crucetas).

¡Con seis años y medio participé en mi primer concurso de saltos!

Viajábamos de una punta a otra del país (Suecia). En el norte empecé a practicar la doma clásica y de campo a través con salto sobre obstáculos pequeños. ¡Era divertidísimo y excitante!

De vuelta al sur me apunté en una escuela de equitación. Con 15 años empecé las competiciones de doma y salto, clasificándome bien entre tantos militares que casi tenían el monopolio sobre estas disciplinas. Y todos los instructores eran oficiales de alto rango.

Un año más tarde tomamos rumbo a Helsingborg, Suecia. Allí alquiló mi padre una cuadra. Teníamos 13 caballos, algunos del ejército por un acuerdo que tenía con las fuerzas armadas. Comencé a competir con estos y con los nuestros.

Con 17 años fui la única mujer, niña, en participar en un concurso de completo y gané.

Me formé también en Alemania, donde pasé un año.

En el 58 monté una escuela de equitación. Me inicié en la enseñanza gracias a un título que se me concedió por la federación sueca por los logros obtenidos y la experiencia adquirida con los caballos.

En el 58 monté una escuela de equitación. Me inicié en la enseñanza gracias a un título que se me concedió por la federación sueca por los logros obtenidos y la experiencia adquirida con los caballos.

Iba de concurso por todo el país hasta obtener la Copa de SM La Reina, ganar una competición de potencia en la que alcancé 1,80m de altura. Finalmente fui seleccionada para la olimpiada de Roma con dos de nuestros caballos para representar a Suecia en salto de obstáculos.

Lamentablemente, en  la inspección veterinaria dieron positivo en un virus abortivo así que mi aventura terminó ahí. Mi padre del enfado vendió todos los caballos que tenía y devolvió los que eran del ejército.

Me pude quedar sólo dos caballos míos, Kan-Bei y Qaras. Los llevé a otra cuadra donde continué disfrutando de la equitación. Unos años más tarde me casé. Tuve a mis hijos y el destino me llevó a la mayor aventura y felicidad de mi vida  ¡España, con su gente maravillosa!

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